Se aproxima el Día Mundial para la Prevención del Suicidio y cada persona puede hacer su contribución para evitar este flagelo. Por eso, el CCS habló con Nubia Bautista, subdirectora de Enfermedades no Transmisibles del Ministerio de Salud y Protección Social sobre algunas herramientas útiles para fortalecer la salud mental, identificar signos de alarma y ofrecer o solicitar ayuda a tiempo.
Sin duda alguna, la pandemia ha tenido un impacto profundo en la salud mental de la población a nivel mundial y ha puesto nuevamente este asunto en la agenda pública como una prioridad. No solo la rápida dispersión del virus y su potencial letal en adultos mayores o personas con comorbilidades, sino también las medidas de confinamiento adoptadas por las autoridades y el cese de la actividad económica durante varios meses hicieron mella en el bienestar físico y emocional de un buen porcentaje de la población.
Y es que con los cambios abruptos en la cotidianidad derivados de la emergencia sanitaria se instalaron nuevos estresores: miles de muertes diarias, destrucción de empleos, pérdida de capacidad adquisitiva, profundización de las inequidades sociales, incremento de las violencias en los hogares, sobreabundancia de información y pánico han sido los ingredientes de un cóctel nocivo para la salud mental.
En este escenario cambiante y complejo las emociones entraron en juego: temor al contagio, angustia, ansiedad, incertidumbre, soledad, desesperanza, dolor por la pérdida de un ser querido o de un empleo, impotencia, rabia, frustración y escepticismo son algunos de los sentimientos que aún hoy coexisten y son experimentados por la población, sin distinción de edad.
Incluso, una investigación desarrollada por la Asociación de Expertos en Psicosociología Aplicada (AEPA) durante los primeros meses de la pandemia en Colombia, Perú, México, España y Chile reveló que más del 60 % de la población encuestada experimentaba una o más de esas emociones. Adicionalmente, evidenció que las personas no adoptan o no cuentan con herramientas para cuidar su salud mental. Según el reporte, el 45 % de las personas consultadas no utiliza técnicas antiestrés, el 33 % no limita ni selecciona las noticias que recibe, el 24 % no implementa ni conserva una rutina, el 16 % ha descuidado su aspecto físico y no tiene hábitos saludables, el 13 % no sabe o no es capaz de gestionar sus emociones, el 9 % no logra reconocer sus fortalezas, el 8 % ha aumentado el consumo de tabaco, alcohol y drogas y el 5 % suele tener pensamientos negativos.
A nivel local, el Estudio de Resiliencia y Riesgos en Salud Mental realizado a finales de 2020 en Colombia por el Ministerio de Salud y Protección Social, evidenció que los riesgos asociados a problemas y trastornos mentales se triplicaron durante la pandemia con respecto a los indicadores previos, los cuales de por sí ya eran alarmantes en el país.
Grosso modo, la investigación señala que los colombianos aumentaron sus riesgos de depresión y ansiedad, mientras que las tasas de ideación e intento de suicidio, así como de consumo de sustancias psicoactivas conservaron una tendencia similar a la observada antes de la pandemia.
La estigmatización de la salud mental, una enorme barrera
Muchas personas aún consideran que la salud mental tiene que ver exclusivamente con trastornos y enfermedades mentales y, en consecuencia, consideran que solicitar ayuda cuando enfrentan situaciones emocionales podría resultar exagerado pues tienen una noción errónea según la cual “los psicólogos son para los locos”. Nada más alejado de la realidad.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental como “un estado de bienestar en el que la persona es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad”. En este sentido positivo, la OMS señala que la salud mental es fundamental para interactuar con los demás, ganar el sustento, superar retos y disfrutar plenamente de la vida. Por lo tanto, es un aspecto que va más allá de la ausencia de trastornos mentales.
Pese a lo anterior, en Colombia, la Encuesta Nacional de Salud Mental (2015) reveló que solo la mitad de las personas que saben que tienen una necesidad en salud mental deciden consultar los servicios de salud. “Eso es lo que se denomina como “barreras actitudinales para el acceso a los servicios”. Hay quienes consideran que solicitar ayuda cuando presentan un malestar emocional es motivo de vergüenza. Solo cuando enfrentan necesidades sociales muy graves, que afectan de manera intensa su vida cotidiana, familiar, comunitaria o laboral, se ven forzados a consultar. El peso de ese estigma y los prejuicios alrededor del tema son una de las grandes preocupaciones del país y allí todos tenemos una tarea muy importante en poder comprender que las afectaciones en salud mental son muy comunes”, señala Nubia Bautista, médico psiquiatra y subdirectora de Enfermedades no Transmisibles del Ministerio de Salud y Protección Social.
Seis claves para cuidar y fortalecer la salud mental
1. Preste atención a sus emociones y sentimientos. Si bien puede que no sea fácil reconocerlos porque suelen ser confusos o difíciles de asimilar, el hecho de permitirse sentir tristeza, angustia, dolor o frustración posibilita encontrar alternativas, nuevas soluciones y formas distintas de hacer las cosas. No ignore sus emociones. Al contrario, reconózcalas, comprenda qué situaciones las desencadenan y capitalícelas a su favor, para aprender de ellas en el día a día.
Incorporar en la rutina diaria ejercicios de respiración, de relajación y/o meditación, puede ayudarle a gestionar sus pensamientos positivamente.
2. Cultive sus relaciones sociales y fortalezca los lazos afectivos con padres, hermanos, hijos, demás familiares, pareja, amigos e incluso, vecinos y compañeros de trabajo. La calidad de estos vínculos tiene un impacto profundo en la salud mental porque implica la posibilidad de dar y recibir afecto, de construir confianza, de estar atento a las necesidades del otro y de contar con una red robusta de apoyo emocional que brinde soporte frente a dificultades o problemas. Expresiones como “no estás solo”, “yo te apoyo”, “aquí estoy”, “¿qué puedo hacer por ti?”, son esenciales en doble vía.
3. Mantenga hábitos de vida saludable. La salud mental está estrechamente asociada a la salud física. Procure conservar rutinas saludables, alimentarse de una manera adecuada y balanceada, realizar actividad física regular, incorporar en su rutina actividades de ocio y disfrute del tiempo libre y dormir lo suficiente. Así mismo, evite el consumo de tabaco, alcohol y otras sustancias psicoactivas. Estas son consideradas tanto factores que influyen en el deterioro de la salud mental, como trastornos mentales en sí mismos cuando hablamos de abuso y dependencia.
4. Apele a sus fortalezas y habilidades. En momentos difíciles, cuando sienta que una situación o problema lo sobrepasa, tómese el tiempo para reflexionar e identificar esas capacidades, fortalezas y habilidades que le han permitido sobreponerse a eventos pasados, afrontar retos y encontrar salidas. Ponga en práctica esas lecciones aprendidas y confíe en su capacidad de resiliencia.
5. Hable de sus problemas. Expresar los que sentimos es un recurso clave. A veces basta con que alguien nos escuche para ver los problemas de una manera distinta y redimensionarlos. El solo hecho de lograr verbalizar aquello que nos ocurre, aunque la otra persona no nos pueda ofrecer una solución inmediata, tiene un efecto positivo en la salud mental y en la gestión de las emociones.
6. Reconozca sus limitaciones. Sea consciente de que hay situaciones que escapan a su control. Esto le permitirá liberarse de presiones y cargas innecesarias.
Señales de alarma que pueden indicar un deterioro en la salud mental
Existen cambios en los comportamientos o conductas que pueden alertar sobre un posible deterioro de la salud mental. Reconocerlos a tiempo permite brindar apoyo oportuno a las personas de nuestro entorno ya sea personal, familiar, laboral o comunitario que, quizá, estén pasando por un momento difícil. Así mismo, es necesario tener en cuenta que estas señales de alarma varían dependiendo del curso de vida de cada individuo.
Niños y niñas pequeños
La salud mental de los más pequeños también se puede ver afectada. Los niños son muy receptivos y se ven impactados por las situaciones de su contexto como la vivencia de distintas formas de violencia o, incluso, las afectaciones en la salud mental de sus padres o cuidadores.
Uno de los indicadores de alerta en este grupo poblacional, especialmente en edades tempranas, es la afectación repentina en el desarrollo o los retrocesos de este. Por ejemplo, cambios en el control de esfínteres, problemas en el desarrollo del lenguaje o cambios en las pautas de juego. De ahí que los controles de crecimiento y desarrollo sean tan importantes porque pueden dar indicios en términos de bienestar mental.
En los niños y niñas un poco más grandes, las manifestaciones están asociadas a la interacción con sus pares y al rendimiento escolar. Un niño que antes disfrutaba ir a clase, que rendía adecuadamente en sus asignaturas y que, de un momento a otro, empieza a perder interés y se le nota retraído, pueden ser síntomas para tener en cuenta.
Adultos Varias de las señales de alerta que aplican para adolescentes y jóvenes también se asocian a los adultos.
La diferencia en este caso es que, además, se afectan otras esferas de la vida como la capacidad para cuidar de los otros (como ocurre, por ejemplo, con la depresión posparto) y las afectaciones en el rendimiento laboral (no solo medido en términos de productividad sino también de satisfacción). Adicionalmente, las afectaciones en la salud mental de los trabajadores inciden en el incremento de la accidentalidad laboral.
Adolescentes y jóvenes
En este grupo las manifestaciones se asocian a cambios bruscos en la conducta y en la personalidad (irritabilidad, agresividad, desmotivación, apatía, pérdida de autoestima, desinterés o desesperanza, entre otros). Así mismo, se pueden evidenciar alteraciones en los patrones de sueño, disminución o incremento del apetito (asociados, en algunos casos, a trastornos alimenticios), aislamiento social, abandono de actividades que antes disfrutaba, autoagresiones y abuso de fármacos y/o sustancias psicoactivas.
Por supuesto, el rendimiento escolar también es un factor por considerar en esta etapa.
Adultos mayores En esta etapa es común el desarrollo de enfermedades y condiciones propias de la edad avanzada que afectan las funciones mentales y neurológicas. No obstante, en adultos mayores la soledad y la desprotección económica son también factores de riesgo que contribuyen al deterioro de su salud mental. En este sentido, el aislamiento, la desesperanza, la apatía, la depresión, así como las alteraciones de sueño y de apetito son indicadores de alerta.Primeros auxilios psicológicos: aprenda a administrarlo
¿Qué hacer cuando sospechamos que una persona a nuestro alrededor puede estar padeciendo un deterioro de su salud mental?, ¿Cómo actuar correctamente cuando hemos identificado una o más de las señales de alerta aquí mencionadas?
Para muchos abordar estas situaciones puede resultar difícil si no saben cómo hacerlo de una manera asertiva. De ahí la importancia de recurrir a los primeros auxilios psicológicos. “Básicamente son una estrategia de apoyo. Se conocen también como intervenciones de primera línea y cualquier persona las puede aprender y brindar independientemente de su grado de escolaridad, profesión u ocupación. Se basan en estrategias de comunicación y de escucha activa que permiten acompañar a alguien que está atravesando un momento muy difícil o un sufrimiento muy profundo”, explica Nubia Bautista, de MinSalud, quien ofrece algunas recomendaciones para administrarlos adecuadamente:
Qué hacer
- Inicie la conversación mediante preguntas motivadoras como ¿quieres hablar?, ¿te gustaría compartir conmigo lo que te está pasando?, ¿quieres recibir ayuda?
- En lo posible, busque un lugar tranquilo, libre de distracciones y que genere confianza y comodidad.
- Demuestre un interés genuino por escuchar a la persona que requiere el apoyo.
- Trasmítale calma mediante un tono de voz suave y pausado.
- Sus gestos también comunican. Procure mantener una mirada serena, empática y compasiva.
- Permita que la otra persona hable y cuente lo que le ocurre de manera voluntaria y espontánea.
- Durante la conversación, recuérdele a esa persona que usted está allí para escucharlo, apoyarlo y acompañarlo.
- Respete los silencios. No olvide que también son parte de la comunicación.
- Ofrezca acceso a servicios de atención especializada. Pregúntele a la persona, de manera propositiva más no impositiva, si desea recibir orientación profesional. En caso afirmativo active la ruta de atención que esté a su alcance (ver recuadro ¿Cómo solicitar ayuda?
Qué no hacer
- No presione a la persona para que hable más allá de lo que desea o entre en detalles innecesarios.
- No interrumpa el relato ni lo apure. Permita que, en esa espontaneidad del diálogo, la otra persona vaya a su propio ritmo.
- Evite a toda costa emitir juicios de valor, comparaciones u opiniones sobre la situación particular del otro. Expresiones como «a mí me pasó algo peor y yo no estuve así», «eso no es tan grave” o “yo creo que estás exagerando”, son lesivas, no muestran empatía ni una escucha receptiva, deslegitiman el sufrimiento ajeno y minan la confianza.
- Si bien es usual tomar las manos, tocar el hombro o la espalda o dar un abrazo para demostrar cercanía y brindar sensación de seguridad, no lo haga si no está completamente seguro de que sea apropiado.
- Recuerde que hay personas que pueden percibir este gesto como invasivo e, incluso, agresivo.
- No diagnostique ni intente determinar las causas del problema. Tampoco invente soluciones para demostrar suficiencia o utilidad. Recuerde que usted está brindando primeros auxilios psicológicos no un asesoramiento profesional, así que su deber no es hacer un análisis exhaustivo de la situación. Limitarse a escuchar basta.
- El uso de palabras demasiado técnicas para responder a lo que nos están contando puede generar distancia. Evítelas.
- No haga falsas promesas que puedan tranquilizar a la otra persona. Eso genera una expectativa que al final puede provocar una frustración difícil de gestionar. Ofrezca alternativas solo si están a su alcance y son realizables.
Prevención del suicidio, cuando preguntar salva vidas La Encuesta Nacional de Salud Mental de 2015 evidenció que, al menos, el 6 % de la población colombiana ha tenido ideas suicidas estructuradas. De hecho, en 2020, según el boletín de estadísticas vitales del Dane, el número de muertes por suicidio en Colombia se acercó a los 3.000 casos registrados, una cifra preocupante para las autoridades de la salud.
Dadas las estadísticas, para la subdirectora de Enfermedades no Transmisibles del Ministerio de Salud y Protección Social, Nubia Bautista, no sería raro que, en algún momento dado, una persona tenga que encarar un riesgo de suicidio. “A veces vemos a alguien muy afligido, muy angustiado, que se siente acorralado con sus circunstancias actuales y lo escuchamos, pero nos da miedo preguntar si ha pensado en quitarse la vida —comenta la funcionaria—. Tenemos que comprender algo y es que hablar de suicidio no lo desencadena. Distintos estudios y análisis han demostrado que, contrario de motivar el suicidio, les abre la posibilidad a las personas de hablar de algo que, seguramente, les da mucho miedo. Entonces hay que preguntar”. ¿Y cómo hacerlo? MinSalud comparte cinco preguntas orientadoras y esenciales para abordar el tema.
¿Has pensado en suicidarte? Preguntar sobre el suicidio es una forma de demostrar que hay disposición a hablar sobre el tema de forma espontánea, comprensiva y libre. Es falso que esto provoque que las personas vulnerables con templen esa alternativa o la ejecuten. La clave está en preguntar con total tranquilidad y apertura.
¿Quieres hablar? Abordar el tema requiere un compromiso franco para escuchar y estar presente para aquella persona que contempla el suicidio, entender su sufrimiento tener la disposición para orientarla y ayudarle a encontrar motivos para vivir. Esa escucha exige dejar de lado sus prejuicios.
¿Puedo acompañarte? Ofrecer compañía a la persona que contempla el suicidio es una forma de garantizar su seguridad y evitar que acceda a los medios para quitarse la vida. Esto no implica que deba estar de forma presencial todo el tiempo. El acompañamiento también se puede realizar por medio telefónico o virtual. Aquí lo importante es que la persona vulnerable se sienta escuchada y perciba un interés genuino por su vida.
¿Quieres recibir ayuda? Propiciar el acceso a ayuda profesional para afrontar la situación de crisis que le genera sufrimiento a una persona que contempla el suicidio es de suma importancia para que la persona logre restablecer su equilibrio emocional y encontrar alternativas. En este punto es clave conocer y activar las rutas de atención.
¿Cómo te has sentido? Hacer seguimiento a la persona con ideación suicida es una muestra de verdadero interés en su bienestar y una forma de demostrar que cuenta con apoyo constante para hacerle frente a sus problemas. En situaciones de crisis y después de ellas, las personas tienen una importante necesidad de sentirse comprendidas, aceptadas y apoyadas.
El próximo 10 de septiembre, se conmemorará el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. En esta ocasión, Colombia lanzará la Estrategia Nacional para la Prevención de la Conducta Suicida en Colombia, un instrumento que según el Ministerio de Salud y Protección Social recopila la evidencia más reciente en temas de la prevención, factores de riesgo, abordajes y acciones intersectoriales eficaces, de acuerdo con los distintos momentos del curso de vida. Adicionalmente, contará con enfoque territorial, diferencial y de género. La estrategia da sentido al lema que el país ha desarrollado para esta fecha: “crear esperanza a través de la acción”. Sabías que la Revista Protección & Seguridad en la Comunidad es de acceso libre y podrás leerla desde cualquier lugar. No olvides leer esta segunda edición del año y encuentra un especial sobre las vacunas contra la COVID-19. Accede a la revista completa aquí